La dramática historia del Teniente-Rey de Almeida sirvió de pretexto y contexto para el programa de animación “1810 e os Misterios da Queda de Almeida” (“1810 y los Misterios de la Caída de Almeida”). Ya huele a pólvora. Fuego a discreción.

Aquellas fueron horas de terror que marcaron para siempre a esta villa fortificada, bastión defensivo de Portugal en Ribacôa. Almeida, la estrella del interior.

Aquel 26 de agosto de 1810, amaneció en Almeida con el sonido de la artillería francesa.  A las puertas del pueblo, un ejército de 14000 soldados franceses comandados por el Mariscal Ney cerraba el cerco sobre la guarnición de las tropas anglo-rusas, liderada por el Coronel William Cox. El olor a pólvora, el estruendo de las piezas de artillería y el clamor de las tropas pesaba en el aire como un augurio de muerte.

A lo largo de aquel día se utilizaron 6177 granadas de artillería y se consumieron cerca de nueve toneladas de pólvora, pero, como siempre, Almeida resistía. Era vital que lo hiciese.

El Duque de Wellington, el genial estratega que derrotaría a Napoleón en Waterloo y que vendría a dar nombre a un filete, había ordenado abastecer a la guarnición de provisiones y munición suficientes para aguantar el primer envite de la tercera invasión francesa, comandada por Massena. El plan era impedir el avance de las tropas francesas para dar tiempo a la finalización de las Líneas de Torres Vedras, esenciales para la defensa de Lisboa.

 

Desde los tiempos de la Restauración, Almeida era una pieza clave en la red defensiva de la frontera. La actual estructura de la monumental Plaza Fuerte comenzó a erigirse en 1641 con el Governador das Armas de la Provincia de Beira, Álvaro Abranches, y su construcción fue concluida a finales del siglo XVIII con el Conde de Lippe. Es una notable obra de arquitectura militar con un plano en estrella irregular con seis baluartes intercalados por seis muros de  cortinas con revellines en una extensión de 2500 metros de muralla casi inexpugnable.

Era precisamente en la punta de estos baluartes o bastiones donde las tropas británicas y las milicias portuguesas disponían su artillería en feroz respuesta a los ataques franceses. A pesar de la inferioridad numérica de las tropas anglo-rusas, el combate y el asedio se antojaba duradero. En el fervor de la batalla, el Teniente-Rey, el Coronel Francisco Bernardo da Costa e Almeida, militar de carrera notable y segundo comandante en plaza, conducía las operaciones defensivas y supervisaba la logística. El viejo castillo de Almeida albergaba y protegía el polvorín, con las municiones y los barriles de pólvora, que eran llevados desde él al frente de batalla localizado en los baluartes.

 

A las siete de la tarde, cuando la intensidad del fuego enemigo se recrudecía, una granada francesa explosionó en el interior de la fortaleza, prendiendo letalmente una espoleta en un reguero de pólvora procedente de un barril mal cerrado. Un reguero que conducía directamente al polvorín que albergaba los barriles y cerca de un millón de cartuchos de infantería.

La explosión fue tan terrible como destructiva. Murieron cerca de 500 personas, entre civiles y militares y los bloques de piedra del castillo salieron despedidos  a más de cien metros hasta las trincheras francesas, provocando innumerables bajas.

En el interior de la plaza el panorama era de devastación, casas derruidas, cuerpos esparcidos por las calles y muchos heridos. La artillería anglo-rusa quedó reducida a 200 hombres y la situación de las tropas acuarteladas se volvió insostenible. A las nueve de la mañana del día siguiente, un emisario de Massena proponía la rendición a las tropas sitiadas. William Cox, con el orgullo herido, se mostró reticente a ceder y quiso igualar la apuesta del adversario, proponiendo unas condiciones inaceptables de capitulación. El desánimo era generalizado y la moral de las tropas muy baja. Algunos soldados habían desertado y otros se habían unido a los franceses. Ante la urgencia de la situación, el Teniente-Rey Costa e Almeida convenció a Cox de convocar un Consejo de Guerra en el que se acordó la rendición de las tropas anglo-rusas. Este gesto de pragmatismo le valdría más tarde al Teniente-Rey una acusación de traición por “cometer flaqueza y mostrar desánimo”.  Después de estar preso en el Castelo de de São Jorge en Lisboa, donde escribió una mordaz carta clamando su inocencia, el Teniente-Rey Costa e Almeida acabaría por ser escuetamente juzgado por los ingleses y fusilado sin misericordia.

Precisamente este héroe, el Teniente-Rey  Coronel Francisco Bernardo da Costa e Almeida, fue el personaje principal del programa de animación “1810 e os Misterios da Queda de Almeida”, integrado en el ciclo “12 em rede –aldeias em festa” promovido por las Aldeias Históricas de Portugal en colaboración con los municipios de las 12 aldeias, y en este caso con las autoridades  de Almeida.

Durante dos días, esta iniciativa llevo a la población de este pueblo fronterizo y a cientos de visitantes a viajar en el tiempo hasta la época de las invasiones francesas y a descubrir los innumerables encantos e historias que esta bella tierra tiene para contarnos. Vamos allá con ellas.

¡Fuego a discreción!

El “Almeidão” y el origen de los Almeida

Una colina de murallas en la llanura: así se presenta la estrella amurallada del interior, lejana, a los ojos del visitante. Al atardecer de un sol primaveral pero robusto, el pueblo parece regresar de las brumas de la Historia, como en una visión de Don Quijote. Pareciese que flanquear las hermosas puertas dobles de São Francisco da Cruz, fuese lo mismo que atravesar un portal en el tiempo. Los árabes la llamaban Al-Mêda o Talmeyda (relativo a mesa o altiplano) y tendrían construido aquí un pequeño castillo  (siglos VIII-IX). Sin embargo, no sería hasta el período de la Reconquista Cristiana cuando Almeida ganaría importancia estratégica por su situación cercana al río Côa y su función de centinela en la frontera.

En Portugal, el nombre de la familia Almeida es de origen toponímico, lo que significa que todos los apellidados de Almeida tendrían sus raíces aquí. El primero de ellos era conocido como Almeidão, por su gallardía en el combate a los moros. Se llamaba Don Payo Guterres Amado y fue él quien tomó el Castillo de Almeida de Ribacôa, recibiendo así del Rey Don Sancho I el título de Senhor do Castelo de Almeida.  “Don Paio Guterres Amado legó el castillo a sus descendientes, que tomaron el nombre Almeida como sobrenombre de familia. El primer miembro de la familia en recibir dicho sobrenombre fue Pedro Paes de Almeida, hijo de Paio Guterres Amado”.

Uno de los descendientes de los Almeidas originales tuvo una historia trágica y triste: el Teniente-Rey Francisco Bernardo da Costa e Almeida.

El programa de fiestas diseñado por el Ayuntamiento de Almeida comienza precisamente con su biografía, bien documentada y reflejada en una exposición temporal inaugurada en una de las casamatas del Museo Histórico Militar de Almeida. Las casamatas son galerías subterráneas datadas del siglo XVIII, construidas con fines de defensa militar y compuestas por veinte salas y corredores que ahora reúnen una interesante muestra de la Historia militar portuguesa. Desde el tiempo de los lusitanos y romanos hasta las Guerras Peninsulares y liberales, pasando por la Edad Media y terminando por la I Guerra Mundial, la muestra es una visita obligada para quien pasa por Almeida. En ella se puede admirar desde la espada que perteneció a Don Nuno Álvares Pereira, con lobos a la carrera gravados en el filo de la hoja, hasta los cañones renacentistas o los trabucos de fabricación nacional del siglo XVIII.

Tras la inauguración de la exposición dedicada al Teniente-Rey, tiene lugar una comida de desagravio en honor a nuestro injustamente condenado héroe que cuenta con la presencia de sus descendientes. Un modo de homenajear la memoria del Coronel Francisco Bernardo Da Costa e Almeida por parte de las autoridades locales. Con los comensales caracterizados para la ocasión recreando el ambiente de la época, el menú de degustación incluye así mismo sabores de la época, o por lo menos algunos, como el cordero asado. Pero Almeida es conocida gastronómicamente también por la raya; por ejemplo, por su famoso bucho raiano, que es motivo de festival anual en la vecina aldea de Freineda.

Como digestivo, una tarde de bebidas y contadores de historias, para evocar episodios romanescos e históricos del pueblo de Almeida. Por último, toca retirada al cuartel, que en este caso puede ser  uno de los acogedores alojamientos locales dentro de murallas como Casa do Ti Messias o O Revelim. La pena es que por ahora ningún empresario de la hostelería haya puestos los ojos y algún millón en el magnífico edificio del Quartel das Esquadras, construido por orden del Conde de Lippe en el siglo XVIII. Se trata del antiguo cuartel de infantería y podría convertirse en uno de los más extraordinarios hoteles de época de Portugal si se mantuviese en su restauración la austeridad sobria y funcional de un cuartel del siglo XVIII.

Sabores de Almeida

Para empezar bien un sábado, nada como un bollo con el café. Especialmente si somos nosotros quienes hacemos el bollo. Esa fue la propuesta del taller de pastelería regional realizado en O Picadero D’El Rey y dirigido por el simpático tándem Ana & Belém. Ambas trabajan en el ayuntamiento, pero como casi todo el mundo por estos lares, compatibilizan con entusiasmo múltiples actividades y saberes. El desafío ahora es hacer una buena cesta de bizcochos económicos de Almeida para llevar al picnic comunitario.

Es hora de ponerse manos a la obra bajo las órdenes de nuestras profesoras: “Es una receta muy antigua, la aprendí de mi abuela. Es un bollo seco hecho con ingredientes simples y económicos, accesibles para los más humildes: azúcar, huevos, aceite, leche, harina y aguardiente. Junto con el bollo esquecido, la bola parda y la bola doce son los bollos más típicos de aquí”, explica Ana que después de nacer y vivir en Francia, regresó a la tierra de sus padres hace diez años. “Me gusta mucho vivir aquí. La tranquilidad es otra y esto es una comunidad pequeña en la que todos nos conocemos”. El olor a aguardiente y a bollos en el horno es una mezcla poderosa para un olfato sensible y matinal; los bizcochos económicos están listos para ir al horno. Belém es española pero su marido es de A Junça, parroquia próxima a Almeida. Por aquí son habituales los matrimonios y noviazgos transfronterizos. Belém explica que uno de los bollos también es conocido como el “falta rapazes” (“falta chavales”). Es la bola doce hecha por los mayordomos de la Fiesta do Senhor da Barca, que se celebra mañana en la ermita a media legua de las murallas. “Antiguamente esta fiesta la celebraban los chicos que se marchaban al servicio militar, pero debido a la falta de chicos empezó a haber también chicas de mayordomas de la fiesta, que se celebra siempre la séptima semana después de Pascua”, explica Belém.

Con los bizcochos haciéndose en el horno, es tiempo de visitar el bello edificio de O Picadeiro D’ El Rey, antiguo edificio del tren de artillería reconvertido en centro de actividades ecuestres, y visitar las caballerizas donde están Zara, la bella yegua blanca, y otros cuatro caballos. O Picadeiro D´El Rey organiza clases de salto a caballo y paseos a caballo o en coche de caballos, pero además tiene otros elementos de interés, para los que les gusta probar de todo. En el garaje, un pequeño museo de automóviles y motos antiguas donde reposan, una al lado de la otra, una clásica Harley Davidson con dos Fordson y una Reunalt 4L amarilla. Como guinda, aquí tiene su sede el Centro de BTT para dar apoyo a los nuevos aventureros del pedal que quieran descubrir esta elevada región de Ribacôa.

Antes de comer, guardamos un hueco para dar un paseo a lo largo de la extensa muralla hexagonal y explorar sus baluartes y revellines, desde los que se escruta el horizonte al final de una llanura que se extiende hasta donde se pierde nuestra mirada.

No hay tropas enemigas a la vista, así que podemos ir tranquilos a comer un buen estofado de jabalí a un punto de animación local fuera de la muralla pero con una vista privilegiada sobre la Puerta Doble de São Francisco da Cruz y la glorieta que contiene un poema de Sophia Mello Breyner gravado en el granito, “El día inicial entero y limpio (…) y libres habitamos la substancia del tiempo”.

Aquí en Almeida, se habita la substancia del tiempo, un tiempo diferente, el de la Historia y el de la vida de todos los días, que corre serena como una brisa primaveral en la terraza de un restaurante con el estómago lleno. La gastronomía es uno de los orgullos de la tierra  y de la región, con especial mención a la gran variedad de embutidos y algunos platos típicos de esta región fronteriza que se pueden degustar aquí en Almeida. Si lo prefiere, échese a pie o a caballo a la carretera hasta la aldea de Malpartida, donde está el restaurante “O Caçador”, que entre otros manjares sirve el mejor dulce de requesón del condado portucalense. Una creación de Betty, la artista de este ineludible restaurante que, junto a su simpático marido Vítor hacen los honores de la casa.

Episodios de Guerra y Paz

Con la barriga llena  se afronta mejor un juego de simulación bélica, explicado a un grupo de niños del colegio por tres “generales” experimentados en la lucha de la guerra de tableros. A este juego de simulación, en que se usan soldaditos de plomo en un tablero con la topografía de un campo de batalla, se juega con dados y tiene reglas complejas. Tal vez, además del profesor de Historia, debería acompañar a los pequeños también el profesor de Matemñaticas. El objetivo es atacar las posiciones enemigas moviendo las piezas (artillería, caballería, infantería). Requiere pensamiento estratégico y suerte con los dados. Curiosamente, las reglas originales de juego están inspiradas en un libro de un conocido pacifista, el escritor H.G. Wells. La obra, llamada “Little Wars”, fue publicada en 1913 y adaptada  a “Funny Little Wars”. A partir de ahí nació una auténtica movida de juegos de simulación de guerra que se hicieron muy populares, especialmente en Gran Bretaña y en Estados Unidos, y que también fue utilizado en la mayor parte de las grandes academias militares del mundo como West Point.

Actualmente aún quedan pequeños grupos de entusiastas, “gamers” a la vieja ausanza que intentan perpetuar y difundir la belleza del juego.

La guerra y el arte militar están gravados en el código genético de Almeida, en su arquitectura y en su Historia. Por este motivo, los miembros del Grupo de Reconstrucción Histórica del Municipio de Almeida (GRHMA) visten orgullosos con rigor los trajes de la época de las Guerras Peninsulares. Los hombres, y algunas mujeres, impecablemente vestidos de soldados franceses o británicos. Las damas, con sus vestidos de tafetán, el abanico y los manierismos del XIX. En marcha militar, una columna recorre las calles, seguida de un carruaje con las damas. Se dirigen al local del picnic comunitario, a la vez escenario de una escuela de danza del siglo XVIII. La población local y un eufórico grupo de excursionistas españoles se esparcen por los jardines, compartiendo el pan, el queso, los buenos embutidos, el vino y la limonada. De vez en cuando se oye un disparo de mosquete, en una demostración del armamento de la época. Más ruido y mayor susto dan los disparos del cañón que hasta hacen temblar la tierra y bajar el volumen  de las conversaciones de los excursionistas españoles. No hay nada que temer: los hombres de este batallón de artillería saben lo que hacer y las municiones son de fogueo. En cuanto se escucha la consigna: Fogo à peça! (¡Fuego a discreción!), automáticamente las personas se tapan los oídos.

Pero dejémonos de guerras y pasemos a la danza y la música.

Mirjam Dekker es una bailarina y formadora que se especializó en danzas tradicionales del mundo, en especial de Holanda y los Balcanes. Vive desde hace muchos años en Barcelos y ha hecho talleres de danzas tradicionales por todo el país. Para esta fiesta de Almeida preparó un conjunto de danzas del siglo XVIII que va enseñando a los militares, a las damas vestidas de época y a todas las personas que se quieran unir. El grupo de excursionistas españoles no pierde un minuto en echarse un baile. “Hay documentos y grabados que permiten recrear las danzas del XVIII y sus coreografías. Eran danzas colectivas en las que las parejas iban cambiando a lo largo del baile, estrechándose así los lazos de pertenencia al grupo. El baile es uno de las formas más eficaces de crear lazos entre las personas. Para la ocasión, escogí algunas coreografías más simples que todos podrán aprender y ejecutar sin demasiado entrenamiento”, explica Mirjam.

Tras los acostumbrados pisotones y atropellos iniciales, el grupo de bailarines improvisados va cogiendo el paso y dando vueltas hasta los límites del palco improvisado en la hierba: “Una vuelta más y pisábamos la bosta”, dice burlona una de las damas.

Dos burros pastan a la sombra de un árbol. Parecen reír entre dientes. Desconfío de que vayan a trampear el terreno para dificultar el “avance” de las tropas y las danzas manieristas.

La tarde va cayendo poco a poco y las cestas de picnic se van recogiendo.

Las casas nobles y la calle de las berzas en la puerta

Consulto el programa de las fiestas para ver lo que va a continuación  en este rico menú cultural y leo: “concierto del Orfeón de Condeixa en memoria del Teniente-Rey”. Pasa poco tiempo de la hora de la misa de sábado y la bella iglesia de Nossa Senhora do Loreto está llena. La polifonía de las voces del Orfeón de Condeixa, uno de los más antiguos del país, va interpretando un ecléctico repertorio que va desde cánticos espirituales negros a composiciones de Fernando Lopes Graça, pasando hasta por un inspirador “Amazing Grace”.

Así, en gracia, aprovecho el final de la tarde para vagar sin destino por las calles y plazas del pueblo. Una tierra en la que el tiempo pasa despacio pero que tiene en cada fachada, en cada alféizar, en cada puerta una historia rica que contar. La combinación de estilos arquitectónicos no le resta unidad. Desde las escasas casas del siglo XVI que sobrevivieron a la explosión del polvorín, hasta solares nobles de inspiración neoclásica, pasando por antiguos edificios militares o por la Casa da Roda dos Expostos, instituciones creadas en el siglo XIX y que se destinaban a acoger niños abandonados que eran depositados en el postigo que daba al interior de la casa.

Merecen también una visita el Palácio dos Leitões (siglo XVII), el edificio de inspiración barroco de la Casa do Brigadeiro Vicente (siglo XVIII), la Casa dos Vedores Gerais o la Casa João Dantas da Cunha.

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La Casa Consistorial y el Tribunal también están sobradamente representados en dos edificios que se admiran y respetan mutuamente, uno enfrente del otro. La separación del poder político y el poder judicial. El edificio del consistorio era el del antiguo cuerpo de la Guarda Principal. “Edificio proyectado por Anastácio de Sousa e Miranda bajo supervisión de Miguel Luís Jacob, La construcción se inició en el año 1791 en el local de los alpendres del mercado. Constituye junto con el Quartel das Esquadras, uno de los ejemplares subsistentes de la arquitectura militar construida de raíz en Almeida, siendo también además uno de los edificios más emblemáticos de la Praça da Guerra dada la monumentalidad y calidad del trazado arquitectónico neoclásico, con su expresivo pórtico de triple arcada”, se puede leer en la placa colocada en la puerta.

También deambulando por las calles y murallas de Almeida se van descubriendo encantos que crean una atmósfera única y una profunda calma, tal vez extraña para una tierra esculpida por la guerra. Para aquellos a quien le guste descubrir puertas bonitas o ventanas de corte fino, Almeida es una constante caja de sorpresas. Se  nota que por aquí  hay estima, orgullo y vanidad por la tierra. Muchos balcones y ventanas están decorados o tienen molduras de rosas y las calles, limpias y serenas, raramente dejan vislumbrar señales de ruinas o abandono, tan comunes en otras partes del interior.

En una de las calles, en vez de flores, a las puertas de las casas nacen berzas de las piedras de la calzada, al parecer por generación espontánea.

La ginja y el hombre que sobrevivió a un rayo

Una tierra también son sus gentes, y las de Almeida no fortifican la simpatía ni levantan murallas a los visitantes. Basta entrar por la puerta en una tasca antigua (fundada en 1883) para descubrirlo. Dentro, la capacidad es para 10 personas siendo optimista. Hoy está a la mitad: cuatro hombres en camaradería sentados a la mesa del aperitivo y el “penalti”, porque la ginja es buena, pero es  más bien para los turistas, según explica la responsable detrás de la barra. “Mi madre empezó a servir aquí con 7 años. Ponía una caja de madera para llegar a la barra. Fue ella quien inventó la receta de la ginja pero ahora ya no puede seguir en la taberna porque está en una residencia. Ahora  soy yo quien va manteniendo la casa abierta”. Más que una diminuta tasca, esta es una institución local. El Señor Vigário, recostado sobre la barra mientras bebe su tinto, dic que es cliente desde hace más de 70 años. “Ahora tengo 88, pero siempre que pasó por aquí paro a beber un vaso y charlar un rato”.

A pesar de la edad, se conserva bien y tiene una memoria de elefante. “Mira amigo, te contaré algo. Cuando era un chavalín iba con mi tío a llevar las vacas a pastar y nos cayó un rayo encima. Se me chamuscó todo el pelo, perdí el sentido y tuve que venir corriendo a la aldea a buscar ayuda. Mi tío, que era un hombretón, murió pasados siete días”.

Quien sobrevive a un rayo está forjado para una vida dura, como fue la del Señor Vigário. Por estas tierras de la frontera se suelen oír historias y batallitas de viejos contrabandistas, pero es difícil encontrar un antiguo guardia de aduanas, como el Señor Vigário. “Después del servicio militar entré en el cuerpo y tenía que andar a pie o a caballo vigilando la frontera. Por aquel entonces, nos conocíamos todos, guardias y contrabandistas. Éramos de las mismas aldeas y aquello era el juego del gato y el ratón. Nunca detuve a nadie que necesitase del contrabando para comer, como era el caso de mucha gente. Solo me importaba lo gordo, como era el tabaco. Y de esos detuve a muchos”. Los ojos del Señor Vigário sonríen cómplices. Bebo una ginja, bien buena por cierto y él se despide con un último penalti bien marcado. “En el otro el portero se movió”, dice con humor.

Un museo de garaje y con Almeida en el alma

El Señor Júlio tiene también buenas historias para contar. Antiguo militar en Timor y trabajador de Aguas y en el Ayuntamiento, sportinguista aférrimo y monumental coleccionador. Pero, ¿coleccionador de qué? Bueno, básicamente coleccionador de todo. “Como trabaja en el Ayuntamiento iba por todas las aldeas recogiendo la chatarra que nadie quería, desde cerraduras antiguas a utensilios agrícolas, pasando por tijeras, cerámica, herraduras, losas, tazas, cuchillos, máquinas de escribir, bastones, llaveros, libros…”. La colección es impresionante por la diversidad y la cantidad. Está todo en exposición en el garaje de Don Júlio, que a las tardes abre las puertas para leer el periódico y mostrar la colección con detalladas explicaciones sobre cada objeto a los visitantes. Es un museo de garaje pero vale la pena entrar aunque solo sea por la simpatía de Júlio y por algunas curiosidades de su colección, que incluye piezas del tiempo de la explosión del polvorín. “Almeida quedo destruida y por eso antiguamente era fácil encontrar por ahí vestigios de esa desgracia”. Don Júlio exhibe orgulloso una esfera  de plomo en la palma de la mano. Una bala de cañón que debió ser usada en aquellos días del asedio a Almeida.

Precisamente esas horas posteriores a la explosión del polvorín fueron recreadas en un espectáculo teatral de reconstrucción histórica diseñado por la nueva compañía de teatro de Américo Rodrigues, “Teatro do Calafrio”, de A Guarda.

La sesión nocturna llevó a muchas personas a recorrer los escenarios en los que hace más de 200 años se desarrollaron esos dramáticos episodios que acabaron por llevar al Teniente-Rey Francisco Bernardo da Costa e Almeida a los calabozos del castillo de São Jorge, y más tarde al fusilamiento.

Para cerrar el programa de animación cultural, un espectáculo de marionetas en el que el Teniente-Rey, compinchado con una bruja maquiavélica, puede finalmente tener su revancha con Beresford.

La noche primaveral es tranquila sobre estas orgullosas murallas, con la luna iluminando nuestros pasos, y todos los pasos que se dan en estas calles parecen dar eco a historias antiguas de drama, pasiones y lucha.  Asomado a la muralla, oteando la llanura, casi puedo jurar que escucho a lo lejos la voz del ordenanza del sobrino de Junot: “Alma hasta Almeida, alma hasta Almeida”.

La expresión, cuenta la leyenda, procede de otro episodio de las Guerras Peninsulares, en el que un sobrino de Junot fue herido en batalla. Perdiendo el aliento en el largo camino al hospital de campaña de Almeida, su ordenanza intentaba insuflarle coraje con la misma expresión que dos siglos más tarde, el seleccionador nacional de fútbol, Fernando Santos, empleó para darle moral a sus “tropas” y al país antes de la final de la Eurocopa de 2016, en la que Portugal derrotó, curiosamente, a los franceses.

A día de hoy, con la autopista a punto de materializarse, ya no hace falta alma para llegar a Almeida, pero quien viene a Almeida se va con el alma llena.