Una mañana fresca de otoño salimos rumbo a Piódão, la preciosa aldea ubicada en la Sierra do Açor. Durante el camino, mientras zigzagueábamos a través de las montañas, el paisaje nos iba deleitando con impresionantes vistas y composiciones de colinas y valles, todos de una belleza tal que nos sobrevino un ligero sentimiento de culpa: Portugal es un país precioso, y, sin embargo, nos pasamos la vida tratando de salir de él.

El tortuoso camino me hizo pensar que, al igual que la leyenda que afirma que, al final del arco iris, se esconde una olla llena de oro, la llegada a nuestro destino recompensaría cada inesperada curva y vaivén del camino. Hay que reconocer que fuimos a propósito por el camino más montañoso, porque, en realidad, hay rutas más fáciles para llegar a Piódão… Pero tal como se dice: «Mientras llegas a tu destino, disfruta del camino», y enamorarse de la Serra do Açor formaba parte de la experiencia de viajar hasta aquella Aldeia Histórica.

A pocos kilómetros de Piódão, empezamos a vislumbrar las pequeñas casitas de pizarra al fondo, y a encontrar coches estacionados en el arcén, abandonados por conductores que, maravillados como nosotros, aprovechaban los claros de los árboles para sacar sus primeras fotografías de la Aldeia pesebre. No nos resistimos y paramos también para sacar las fotos inaugurales. En busca de la mejor fotografía, estudiando los mejores ángulos y perspectivas entre la vegetación, nos tomamos también nuestro tiempo contemplando la Serra do Açor. Fustigada por los incendios de 2017, la Serra comenzaba entonces a recuperar sus tonos verde y el brillo que la hace única. Afortunadamente, y a pesar de las maldades del hombre, la naturaleza siempre termina encontrando su camino.

Pese a que todavía no estábamos en Piódão, preferimos aparcar y caminar tranquilamente hasta la aldea. Una vez paramos a tomar las primeras fotografías ya no pudimos volver  a guardar la cámara de fotos, y así sería hasta abandonar la Aldeia de Piódão. Son tantos los rincones y lugares que «piden» una foto a gritos, que cualquier amante de la fotografía, sea profesional o aficionado, se vuelve loco.

Comenzamos a subir por entre las casas, descubriendo esos laberintos de pizarra, con detalles azul cielo en ventanas y puertas. Una curiosa elección de colores, harmoniosa y pacífica, que nos hizo sentir como si, en algún lugar de los senderos de la Serra do Açor, hubiésemos atravesado un portal mágico hacia otra dimensión.

En aquel primer paseo también descubrimos el poema de Miguel Torga, inmortalizado en la pared de una de las casas de Piódão: «Vuelve a comenzar, si pudieres, sin prisa y sin pesar». Estas fueron las palabras del médico, que se enamoró de la zona cuando vino a ejercer la profesión en Arganil, y no podían ser más adecuadas para el lugar. El encanto de Piódão nos hace creer que todos nuestros sueños son posibles, aunque parezcan inalcanzables. Este es el poder de la paz y tranquilidad de esta Aldeia Histórica: nos ayuda a olvidar las preocupaciones y la negatividad reinante en nuestro día a día en la ciudad, dejándonos entrever que los problemas no importan siempre que haya lugares que nos inspiren a seguir adelante, como Piódão.

Después de visitar todos los rincones de esta Aldeia Histórica, como la iglesia principal, que destaca en el paisaje por su color blanco e inmaculado contrastando con las casas de pizarra, la pequeña capilla de las almas, la fuente de los lagares o los rincones más «instragrameables» del pueblo, nos dimos cuenta de que la mañana había volado y que, después de alimentar nuestro espíritu con los descubrimientos de Piódão, era tiempo de alimentar nuestro cuerpo.

Para ello, nuestro destino fue el restaurante «O Fontinha», junto a la fuente de Piódão. Puesto que se anunciaba como el perfecto lugar para probar las especialidades regionales, nos olvidamos de la dieta y pedimos chanfana asada en el horno a leña. Una verdadera delicia, tan imprescindible como la visita a esta Aldeia Histórica.

De regreso a las calles de Piódão, bajamos hasta la playa fluvial. Tras la rica comida del «Fontinha» nos entró una dulce sensación de relajación y somnolencia, así que aprovechamos unos agradables rayos de sol para descansar en una de las playas fluviales más bonitas del país, antes de nuestra próxima parada.

Cuando hubimos recuperado las energías, volvimos a la carretera. Oímos hablar de la historia de Foz d’Égua y del malogrado empresario de Palmela que, muchos años atrás, compró el terreno para construir una casa para él y otra para cada uno de los hijos (que, según nos dijeron, eran dos), convirtiendo el lugar en una idílica playa fluvial, con dos pintorescos puentes de pizarra para terminar de componer el cuadro. Se cuenta, por aquellas tierras, que el hombre murió en un accidente durante una de las fases de las obras, por lo que no pudo disfrutar de Foz d’Égua todo el tiempo que hubiese deseado. Un verdadero filántropo, que después de «alindar» (como dicen por aquellos lares) la playa fluvial, la abrió al público, para libre usufructo de los habitantes del pueblo. Un lugar mágico e imperdible, en el que sentía que, por más fotos que sacara y por más que estudiaba el ángulo y la luz, nunca podría hacer justicia a la belleza de Foz d’Égua.

Y con el corazón lleno de bellísimos paisajes, nos fuimos de Piódão, disfrutando de los impresionantes colores de la puesta de sol de la Serra do Açor. Mientras nos alejábamos de Piódão, no podíamos evitar la sensación de querer regresar cuanto antes a la paz y tranquilidad de esta bella aldea.

Fátima Gomes Casanova