Desde la calle, la puerta abierta de un garaje deja entrever una mesa y una silla puestas hacia fuera. La silla, a veces ocupada, a veces vacía. El ocupante, un guapo septuagenario de mirada curiosa. En la pared del lado derecho, una fila interminable de llaves alineadas milimétricamente. En el izquierdo, la misma figura dibujada con herraduras antiguas. Se trata de la magnífica colección del señor Júlio, en la Aldea Histórica de Almeida.

Cada vez que pasábamos por la Rua Dr. Chegão nos quedábamos más intrigaos: ¿un cerrajero? ¿Un punto de información? ¿Una tienda? Y todavía más importante: ¿podíamos entrar?

Podemos. Y debemos. El septuagenario se llama Júlio Vaz Monteiro y le encanta exhibir su colección. Se trata de una especie de museo no oficial, en el mismo corazón de la Aldea Histórica de Almeida.

La colección de más de quinientas llaves sugiere su antigua profesión de cerrajero, profesión que ejerció de los 12 a los 20 años, cuando comenzó a trabajar como cobrador de tarifas de agua en la cámara de Almeida. Esta última profesión le obligaba a recorrerse el pueblo, y fue entonces cuando empezó a recoger todos los objetos abandonados que encontraba.

Al principio, a su mujer Odete la broma no le hizo ninguna gracia, pero con el tiempo se fue encariñando con la afición de su marido.

Y así, el señor Júlio fue acumulando reliquia tras reliquia, entre una lectura de contador y otra. Piezas abandonadas por personas que no les encontraron el encanto que no escapaba a esta atenta mirada azul.

Cuando se jubiló, convirtió el garaje en museo y abrió sus puertas, invitando a entrar a quien pasara por delante. En su ausencia, es Odete quien recibe a los turistas, en su mayoría españoles, y les muestra los tesoros que esconde esta cueva.

Hoy, tenemos la suerte de que estén los dos para hacernos de guías, pensamos, mientras los oímos hablar de la eterna rivalidad con Vilar Formoso y de los tiempos todavía más propicios de Almeida.

El señor Júlio nos muestra algunos de los objetos más especiales y antiguos: una herramienta para castrar caballos, una grilla para castigar a los soldados que mostraban un mal comportamiento, una cacerola de hierro de los tiempos de las invasiones francesas, partes de norias y carros antiguos, un recipiente de madera marcado con la fecha: 1850.

Y mucho más: azadas, arados, tijeras, macetas, cuencos, candados, cerraduras, correas, relojes, herramientas diversas, cafeteras, relojes, máquinas de escribir, máquinas de coser, ollas, placas, pesas, lámparas de aceite, etc. Todo ello en una colección que recoge más de tres mil objetos.  Todos ellos señalados con la pátina del tiempo. Pero algunos, como salta a la vista, muy valiosos.

Sin embargo, ni le pasa por la cabeza vender su colección. Cuando el señor Júlio ya no pueda, cuenta con su nieto para que se la cuide. Es un adolescente que, a pesar de vivir lejos, no pasa mucho tiempo sin visitar a los abuelos: «¡termina las clases un día, y al día siguiente ya está aquí», nos cuenta cariñosamente D. Odete.

Aunque a un ritmo más lento, la colección continúa creciendo: el señor Júlio dejó de recoger objetos, pero si alguien le lleva una pieza que cree que podría entonar con su colección, no dice que no.

Dejamos a la pareja, que hoy es día de trabajo, con la certeza de que este garaje transformado en museo es hoy un punto de parada obligatoria, que confiere todavía más encanto, si cabe, al centro histórico de Almeida.